martes, 30 de octubre de 2007

En un cajón de un mueble de mi cuarto encontraba las placas del tratamiento de ortodoncia que tiempo atrás había abandonado por aburrimiento.
Me las colocaba con bastante trabajo, los dientes y habían perdido el orden y habían vuelto al desorden, y me dormía.
Al despertar, me sacaba las placas calientes y muy salivada, y me miraba los dientes.
Con espanto frente al espejo observaba como se movían de a poco, como volvían a estar chuecos, como estaban tan sueltos.
Me los tocaba para tratar de mantenerlos en su lugar, miraba las muelas e intentaba acomodarlas hacia atrás para hacerle espacio a mis otros dientes, estando en eso, se me salía una de las muelas, luego otra, otra y otra.
La boca me sangraba. La encía superior estaba como separada del hueso. Se notaba el diente y la raíz pero cubierto con encía.
Me ponía a llorar desconsolada. Había arruinado mi boca completamente... y todo por las malditas placas.
Era tan extraño, porque la encía estaba como esponjosa, porosa con orificios al rededor de los dientes, pequeños tubos que rodeaban cada una de mis piezas dentales.
Y seguían su danza macabra en mi boca, y seguía brotando la sangre y continuaba el dolor.

1 comentario:

Delcarion dijo...

Sentí mis dientes como nunca antes los había sentido..., no sé durante cuánto tiempo más me dure la empatía con el dolor ajeno...

Besos Cata!!!, que te vaya la zorrap en la PSU ^^, aunque esta de más decirlo, sacarás nacional en todo jaja.