jueves, 8 de noviembre de 2007

En Playa Pelícanos la arena es roja. Muy roja. La playa o mejor dicho sus dunas son extensas, casi como si estuvieras en otro planeta. Incluso la luz cambia de color, todo es color de arena.
Al atardecer me gusta ir a dormir allí, rodeada de diminutas partículas particulares.
Creo que elegí un no muy buen momento para hacerlo, se nota que la arena está enojada y me quiere tragar.
Si, siento miedo... pero ¿que debo hacer?
Simplemente uno no se puede oponer a la inmensidad de la arena. Hay que pensar que es hija de las rocas, que son muy testarudas.
Mientras me hundo veo las dunas, esas hermosas estructuras naturales que me cautivan día a día. Están de un color rojo estupendo, son majestuosas. Altas y macisas, como si nada las pudiera botar ni destruir. Y la sombra de una sobre otra es sobrecojedora. Se me ocurre que en ese lugar debe hacer frío. Pero casi no corre viento.
El mar casi no se ve, o por lo menos, no logro verlo, ya casi no veo nada.
Es genial... siento una tibia aspereza que me rodea rápido.

1 comentario:

Sebastian R. Díaz F. dijo...
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