miércoles, 19 de diciembre de 2007


En mis brazos tenía a un pequeño. Su cabello negro y suave, su piel blanquita y su sonrisa tan tierna. Me derretía por él. Nadábamos en aguas tranquilas, yo lo sostenía siempre, no quería que nada le pasara. Lo amaba por entero, lo amaba más que a mi. Me emocionaba profundamente si con su manita me acariciaba el rostro, si con su boquita decía mamá.
Nadábamos todas las tardes en la bahía de aguas tranquilas, rodeada de grandes peñascos que daban al mar, yo con bikini y el desnudo. Y sonreía cuando nos hundíamos, y se reía a carcajadas cuando lo elevaba lo más alto que podía.
No quería dejar de jugar con él, para mi era mi nuevo mundo, y lo adoraba y estaba sumida en él.
Cuando un día salimos del agua algo cansados, llegó su padre a exigirlo. Era mi hijo y por nada del universo se lo entregaría a quien no lo quiso nunca, a quien lo ve por primera vez.
Comenzaba a correr hacia el puerto, si era necesario robar un bote, lo haría.
Y él se reía, porque creía que continuábamos jugando... Nada ni nadie me lo quitaría, era mi hijo.

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