
Conducía una camioneta. No se que colormarcamodeloaño era. Estaba en una carretera, un día al atardecer.
Pero! no era una carretera fea, antiestética de hormigón. No señores, no se acepta el asfalto en mi mundo onírico. Mi carretera eran las raíces de gigantescos árboles que se movían continuamente. Y así uno andaba mucho más rápido.
Debo reconocer que en un principio sentí miedo de cambiar de raíz... y si no llegaba a tiempo a la otra raíz, y caía al mar? Porque claramente los árboles vivían en el mar (mejor dicho, flotaban en el mar, de vez en cuando las raíces se sumergían para beber). Pero luego descubrí que si no alcanzabas a cruzar, te daban un empujoncito. Y volabas unos cuantos metros hasta la otra raíz.
Era impresionante ver esa cantidad de árboles y raíces y ramas haciendo su trabajo.
Se escuchaba un ruido a viejo, a cansado tal vez, constante y grave. Y las raíces bailaban al son de las hojas.
Y se movían, movían y movían.
Y podías caer, y llegar a mojarte, pero al segundo estabas abrazado por madera café.

No hay comentarios:
Publicar un comentario