Estaba en una casa de madera, muy antigua pero acogedora.
Exactamente en una habitación como un corredor. La luz era intermitente y de baja intensidad, amarillenta y sucia. Las paredes de tablas café claro y algunas tenían visible el paso del tiempo.
Miré hacia arriba y en la esquina del techo-pared había una araña gorda y grande. Tenía los quelíceros lilamaracointenso y guatones. En la parte superior del abdomen tenía una mancha gris. Y el resto era negro.
Llegaba mi papá y le mostraba mi descubrimiento. La miraba:
-No te acerques, no quiero que te ataque.
La araña ágilmente, contrario a lo que yo pensaría, se deslizaba a través de sus múltiples telas. De hecho, recién en ese instante me percataba de la cantidad de telas de araña que colgaban.
Lograba llegar hasta el otro extremo de la habitación y descendía.
Luego, sentía como sus patas golpeaban a cada paso la madera y como se acercaba a mi.
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Estaba de día, en una galería de alguna casa, supongo que la mía. Estaba compuesta por pequeños vidrios cuadrados en marcos de madera. Se veía un jardín y al frente una galería igual.
Llegaban mujeres a mi lado, y comenzábamos a charlar.
Miraba en frente y estabas tú Toro, acompañado de otros hombres. Sacando ropa de un baúl y mostrándomela. Primero una camisa amarilla, como de lino con el cuello y un bolsillo dorado. Y luego otra camisa más clara, y con bordados dorados pero pálido.
Claramente no me gustaban y las encontraba horribles.
Y te lo hacía saber.
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